La vida, ese gran carnaval

Febrero, el mes más efímero, a pesar de que este año tenga un día extra, se va tan pronto como llegó. Con los últimos coletazos del carnaval.
Mi relación con él es una especie de amor- odio, será quizá porque a mi madre tampoco le gustaba, aunque sí que le encantaba disfrazarse.
Y no digamos cocinar dulce en esos días, todos los postres típicos de la época acaban haciendo acto de presencia en mi casa. Los frixuelos, el perico y hasta las orejas de carnaval. 
Si ella supiera que se iba a marchar un martes de febrero, un martes de carnaval. 
Estos últimos quince días no han sido precisamente alegres para mí porque desde hace cinco años estas fechas van ligadas a su partida.
Pero así es la vida, una tragicomedia, un carnaval en el que todos en mayor o menor medida nos ponemos nuestras máscaras. 
Siempre me quedarán los recuerdos de tantas risas vividas cuando se disfrazada y acababan descubriendo que era ella. Ningún disfraz podía hacer que no la reconociesen porque sus gestos, su cuerpo y ya no digamos su voz, acababan delatandola.
Así era mi madre, incapaz de ocultarse, incapaz de ser algo o alguien que no era, igual que yo.
Sin dobleces, sin filtros, auténtica, para lo bueno y para lo malo.
Con más corazón que cabeza. 
A veces me gustaría ser capaz de poner una máscara y no ser tan transparente.
Pero entonces ya no sería yo. Este pequeño intento de escritora, este manojo de nervios que hoy no tiene tantas palabras para compartir como otros días.
Porque algunos días son más de silencios y de recuerdos y estos últimos lo han sido.
De todos modos la vida es ese gran carnaval y cantando las penas se van, por eso quizás me anime a disfrazarme, que en mi pueblo aún queda antroxu como decimos en Asturias.
Y para poner una sonrisa y un toque dulce os dejo esta foto de cuando me disfracé de Simbad el marino y parecía un niño. Recuerdo que llevaba papel de cocina en las babuchas porque llovía y estas no tenían suela.
Qué tiempos aquellos en los que como dice el título de la próxima novela de Máximo Huerta con el amor bastaba.

María José






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