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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Reflexiones

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Mañana termina noviembre, parece que empezó ayer y se me ha pasado volando pero es que el tiempo es tan efímero. Ha sido un buen mes, he dicho adiós a mis cuarenta y cuatro y estreno mis cuarenta y cinco con toda la ilusión por seguir aprendiendo, creciendo, escribiendo... Y que las palabras me lleven a donde ahora no me puedo imaginar. En el último año he vivido y aprendido tantas cosas, algunas decepciones, como la vida misma. He cumplido un sueño que tuve desde niña, ver mi nombre en un libro, como autora. Y alcanzar ese sueño, curiosamente, me ha dado una gran lección de vida. Pero no sobre libros, sobre las personas. Algunas me han demostrado lo que yo creo, que por suerte sigue habiendo gente buena y auténtica, gente que siempre va a estar ahí, para lo bueno y  para lo malo. Otras me han enseñado todo lo que yo espero no ser nunca. Y a pesar de todo creo que seguiré siendo como soy, seguiré creyendo en las personas, confiando, apoyando a otros en sus proyectos. P

Mi querida Josephine March

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Siempre digo que si me preguntan para qué escribo diré que lo hago para llenar vacíos y vaciar temores. Escribir para vivir. Y si tuviera que decir el porqué retrocederia a la niña que fui.  Una niña que siempre amo las palabras, que siempre soñó con escribir y creció rodeada de historias.  Las historias que contaba mi madre, las que nos contaban sus amigas cuando venían a casa, las que mis hermanas y yo nos inventabamos con las nuestras. Muchas de ellas de miedo. Todo ello además siendo niña en los años ochenta, sin tener muchos juguetes, los justos. Yo nunca tuve una bicicleta, recuerdo haber aprendido a andar en la de una querida amiga. Por las calles de mi pueblo y ¡ sin frenos ! Pero así era la vida entonces, unos años en que los niños disfrutábamos de jugar en la calle a todas horas. He pasado media vida en el parque de mi pueblo, Puerto de Vega, que por aquel entonces era más bien un bosque. Cuánto nos gustaba subir a los árboles o jugar dentro de el estanque que

Relato inacabado

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Hoy os voy a compartir un relato que empecé hace bastante tiempo para un concurso literario pero que luego no continúe, por lo tanto está inacabado. Debía ser de misterio. Espero que os guste y si es así quizás lo termine en algún momento. La dama del balcón  Nadie la había visto nunca con certeza pero todos aseguraban que vivía allí, tras las cortinas. En el viejo caserón abandonado de la familia Márquez. Le llamaban la dama del balcón. Unos decían que era un fantasma, otros, el mismísimo demonio, pero la mayoría aseguraba que se trataba del espíritu de la señorita Mercedes. Que vagaba errante por la casa porque aún tenía una misión que cumplir en este mundo. Aquella tarde de verano, Sebastián y su mejor amigo Ricardo, decidieron que en cuanto el sol se ocultase entrarían en la mansión. Se morían por saber la verdad sobre la dama del balcón. Hacía más de cuarenta años que la casa permanecía cerrada, una magnífica construcción típicamente indiana. Don Alberto Márquez, el

Cuarenta y cinco noviembres

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Ocho de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro, creo recordar según contaba mi madre, a las cuatro de la tarde nací yo. Un viernes, con el pelo rubio aunque ahora pueda parecer increíble y los ojos claros. Ocho de noviembre de dos mil diecinueve, hoy cumplo cuarenta y cinco años. Y mi pelo hace ya mucho tiempo que dejó de ser rubio. De echo tan sólo lo tuve en mis primeros años y luego pasó a ser castaño claro. Y cuando me daba el sol podía verse caoba. Con el pasar de los años se fue oscureciendo cada vez más. Aunque con dieciocho me asomaba ya un mechón blanco en el flequillo. Y ahora si no lo evitara podría estar demasiado blanca para mí edad. O no, según se mire, el pelo blanco está de moda pero de momento me resisto. Si supiera que me iba a quedar como a la fabulosa Marisa Paredes otro gallo cantaría. Llegar a los cuarenta y cinco es parecido a llegar a los cuarenta, es una edad importante, donde uno se plantea muchas cosas. Porque a partir de ahora cada año que cumpla se

Noviembre dulce

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Comienza noviembre, mi mes, el olvidado, el que a casi nadie le gusta.  Hasta mi madre lo odiaba, a pesar de que yo, su primera hija, nací en noviembre.  Seguramente porque todos lo asocian con la muerte, ya lo dice el refrán: Dichoso mes que empieza con todos los Santos y termina con San Andrés.  Pero para mí noviembre es dulce, sabe a castañas, a calabaza, a mazapán, huele a canela.  Noviembre anuncia la Navidad y nos hace recordar aún más a los que ya no están. Para que no olvidemos que la muerte forma parte de la misma vida.  Para que no nos olvidemos de vivir, por nosotros y por ellos. Nacer en noviembre es amar la lluvia, las hojas secas, las tardes rojas y amarillas, el suave vendaval, los besos en el pan. Es volver a la infancia comiendo fritos de calabaza.  Noviembre es para mí una palabra mágica que lleva N y M, V y B. Noviembre es poesía, en el suelo, en el cielo, en el mar. Cuando vuelve noviembre recuerdo a la niña que fui, ayudando a mi abuela a preparar l