Cuarenta y cinco noviembres

Ocho de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro, creo recordar según contaba mi madre, a las cuatro de la tarde nací yo. Un viernes, con el pelo rubio aunque ahora pueda parecer increíble y los ojos claros.
Ocho de noviembre de dos mil diecinueve, hoy cumplo cuarenta y cinco años. Y mi pelo hace ya mucho tiempo que dejó de ser rubio. De echo tan sólo lo tuve en mis primeros años y luego pasó a ser castaño claro. Y cuando me daba el sol podía verse caoba. Con el pasar de los años se fue oscureciendo cada vez más. Aunque con dieciocho me asomaba ya un mechón blanco en el flequillo. Y ahora si no lo evitara podría estar demasiado blanca para mí edad. O no, según se mire, el pelo blanco está de moda pero de momento me resisto. Si supiera que me iba a quedar como a la fabulosa Marisa Paredes otro gallo cantaría.
Llegar a los cuarenta y cinco es parecido a llegar a los cuarenta, es una edad importante, donde uno se plantea muchas cosas. Porque a partir de ahora cada año que cumpla será uno menos para los cincuenta, la mitad de una vida.
Se habla mucho de la famosa crisis de los cuarenta, a mí nunca me ha importado cumplir años, al contrario, es buena señal. Pero cuando cumplí la cuarentena, curiosamente, hacía apenas un mes que sabía que mi madre se iba, pronto.
Por lo tanto, para mí,  los cuarenta supusieron un punto de inflexión.
Nadie está preparado para decir adiós a una madre.
Cuando conocí la noticia de su enfermedad, se me venía a la cabeza el título de un libro que meses antes había leído. Llenaré tus días de vida, de Anne-Dauphine Julliand, creo que es el libro más duro que he leído hasta ahora. Y sin embargo el que más rápido terminé. La historia de Anne es el desgarrador testimonio real de una madre ante la enfermedad genética e incurable de su hija de dos años. Y cómo ella decidió que ya que no podía añadir años a la vida de su hija, añadiría vida a los años  que le quedasen.
Hubo momentos en que las lágrimas me impedían leer y aún así la fuerza y el amor que esa madre narraba me hacía continuar.
Creo firmemente que los libros nos encuentran a nosotros y que aquel libro me encontró para prepararme ante la partida de mi madre.
En mi cabeza pensaba, llenaré tus días de vida, llenaré tus días de vida...


Siempre me gustó leer, desde muy niña, pero hay etapas de la vida en las que a lo mejor lo hacemos menos o si lo hacemos, como fue mi caso, lo hacemos para nuestros hijos. Y justamente, por aquel entonces, yo había vuelto a leer, porque mis hijas ya no eran pequeñas. Y los libros me ayudaron a vivir, los libros me hablaron , me acompañaron en aquellos momentos tan duros y algún tiempo después cuando mi madre ya no estaba, sentí la necesidad de volver a escribir. Porque las palabras viven desde siempre en mí y tarde o temprano, de una u otra manera, tenían que salir.
 Y lo hicieron.
Y empecé a escribir y cuánto más leía más escribía. Y a partir de ahí, poco a poco, comenzó la segunda parte de mi vida.
Hasta el día de hoy en que escribo esto.
Quién me lo iba a decir hace cinco años, que todo aquel dolor me traería tantas palabras.
Hoy, ocho de noviembre de dos mil diecinueve, día de las librerías, mi pequeño libro y yo estaremos en Gijón, en una librería.  Y mi madre también estará allí, en mis versos y en mi corazón. Y la niña que hay en mí se sentirá muy feliz.
Y no dejará de escribir para llenar los días de vida y de palabras.

María José





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