Vamos a escribir la Navidad






Seis de diciembre de dos mil diecinueve, día de la constitución, comienza el puente. El mejor de todo el año cuando éramos niños, en el que la mayoría poníamos los adornos de Navidad, el día de la Inmaculada. Yo lo sigo haciendo, el ocho de diciembre, toda una tradición. No antes, aunque ahora nos bombardeen con el consumismo navideño desde octubre. Pero eso no tenga nada que ver con la verdadera Navidad.
Tampoco las prisas, que lo que nos hacen precisamente es aburrirnos de ella cuando aún no ha empezado.
Siempre tuve y sigo teniendo muchísimo espíritu navideño, siempre me gustó escribir la Navidad. Exceptuando algún año que como a todos me resultó un poco más difícil. 
Escribir la Navidad es para mí volver a la ilusión y la inocencia que tuvimos siendo niños, a pesar de ser adultos, volver a creer en la magia de la vida.
Por eso en este puente intentaré traer de vuelta a aquella niña mientras desempolvo los adornos y los recuerdos...
Volveré a verme recogiendo musgo en el monte, en romallande, para poner el nacimiento. Pintando tiras de papel con las que luego hacíamos cadenetas para decorar la casa, los cuadros, cubiertos de espumillón con una bola colgando. Todo era más sencillo, sin glamour, pero mucho más auténtico. 
Recordaré la emoción de volver a ver a mi querida amiga italiana, que casi siempre venía por esas fechas, con quien comí panettone por primera vez.
Recordaré cuando mis hermanas y yo íbamos a comprar la sidra de escanciar al café la Marina, pues en los años ochenta no se podía comprar en los supermercados.
Con ella mi madre preparaba todas las nocheviejas merluza a la sidra, un manjar. Después teníamos que devolver la botella, algo que deberá volver si queremos salvar nuestro planeta.
Y cómo no, recordaré también una nochevieja en que se fue la luz, algo muy común entonces y mi madre nos dió las campanadas con la tapa de una cacerola creo recordar.
- ¡ Mamá, vas demasiado rápido!- le decíamos nosotras.
Eso sí que era un momentazo, como dicen ahora por la tele.
Apenas comíamos turrón hasta los días señalados, por eso nos gustaba más, por la espera, todo sabía mejor. Todo era especial.
Todo se hacía a fuego lento, la comida, los momentos, la vida.
De eso va escribir la Navidad, de atesorar momentos que tiempo después serán nuestros recuerdos.
Volvamos a enviar tarjetas escritas a mano, yo he hecho la primera esta semana.
Y también he preparado el primer panettone de la temporada, para escribir la Navidad con un poco de azúcar.

María José






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